El Dios niño

junio 02, 2009

Por Alexander Cabezas*
Red Viva






Sin duda alguna cuando escuchamos el término: “El Dios niño”, viene a nuestro imaginario aquellos pasajes bíblicos en Mateo o Lucas; alusivos a la infancia del Señor Jesús en un pesebre. Pero ¿Podríamos tratar de ver a Dios con actitudes semejantes a las de un niño o niña? O, es ¿algo que nos escandaliza?

Muy contrario cuando pensamos en Dios como el Padre, el Sanador, el Pastor, la Puerta, la Roca, entre otros. Pero entonces ¿Por qué nos cuesta pensar en él como “el Dios niño”?


- ¡No puedo imaginarme a un Jesús sonriendo! decía una señora.

- ¡Cada vez que pienso en Dios, me da miedo, pues lo imagino acusándome!, aseguraba un joven.


Declaraciones como éstas reflejan una comprensión desfigurada, por supuesto, pero en gran medida es lo que hemos comprado o vendido por generaciones y se han encargado de mostrar una cara de un Dios serio, aburrido, acusador, atemorizante, u otra peculiaridades, por cierto, más presentes en muchos de nosotros los adultos, que en Dios mismo.

Quizás es por ello que me atrevo a decir que Dios nos permite capturar su esencia en diferentes escenas cuando le vemos:


Tirando piedras como los niños y las niñas (Josué 10:11).

Jugando a las luchitas (Génesis 32: 24).

A las “escondidillas” (Éxodo 33:23).

No teme “jugar con barro” con tal de esculpir luz a un ciego (Juan 9:6).

Es el “Dios juguetón”, como algunos se han atrevido a llamarle, quien confunde lógica de los sabios y entendidos (1 Corintios 1.19).

Sabe atrapar los misterios insondables del Reino, para soltaros en sencillas, pero profundas palabras transformadoras que llamó: Parábolas.

Es el mismo que irrumpe la eternidad; desciende desde los cielos y, al siguiente momento le encontramos en la sonrisa encantadora de ¡un bebé envuelto en pañales!

¿Querrá este Dios niño también jugar con nosotros? Quizás; siempre y cuando estemos dispuestos a no envejecer en nuestro espíritu. Cuando estemos dispuestos a presentarlo joven, fresco y dinámico, a él y a sus palabras. Cuando logremos mostrar un rostro divino más cercano, más accesible, y por ende, un evangelio más humano capaz de volver a llamar a aquel hombre o mujer, niño y niña, que vagando entre la multitud, entre lágrimas dejó su camino.


Será entonces cuando comenzaremos a conocer al “Dios niño” que, espera que nosotros también nos hagamos como él, y tomemos sus llaves con el fin de entrar a su jardín, que dulcemente llamó: Reino (Mateo 18:3).



*Alexander Cabezas es Coordinador de Relaciones Eclesiásticas de Viva de América Latina y el Caribe, Enero 2009

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